¿CUÁL QUIERO QUE SEA MI ESTILO EDUCATIVO?

La educación de un/a hijo/a, tan importante y complicada a la vez, cuando no se sabe ni por donde empezar, ¿verdad?
Desde el momento en que decidimos ser padres la mente se empieza a plantear multitud de preguntas en relación a cuál será la mejor manera de educar a nuestro pequeño/a: ¿por dónde empiezo? ¿La forma en que yo he sido educado/a es la que quiero aplicar con él/ella? ¿Sabré hacerlo bien? ¿Cuál es la manera más óptima de favorecer su desarrollo? Pues bien, voy a tratar de resolver tus interrogantes con una exposición sencilla. La intención es ayudarte a identificar el estilo educativo en el que te encuadras y reflexionar sobre la necesidad o no de cambiarlo en pro del crecimiento personal de tu hijo/a y el desarrollo de las competencias y habilidades emocionales que le permitirán un mayor conocimiento de si mismo/a y una mejor relación con su entorno.
Existen cuatro ESTILOS EDUCATIVOSAUTORITARIO, PERMISIVO O INDULGENTE, NEGLIGENTE Y DEMOCRÁTICO.

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Comencemos por el ESTILO AUTORITARIO. Como su propio nombre indica, en esta forma de educar es la autoridad la que impera. Sin embargo, se trata de una autoridad que va más allá de la necesaria para marcar límites saludables, establecer normas concretas y ser consecuentes con ellas, actitud ésta imprescindible para educar a nuestros menores como personas autónomas y seguras de sí mismas.

Las características que mejor representan a este estilo de crianza son:
Los padres autoritarios tienen planteamientos muy rígidos en cuanto al establecimiento de normas y deberes y a su obligado cumplimiento. Por ejemplo, si dictaminan que “el toque de queda” para sus hijos es a las once de la noche, no aceptarán que éstos se retrasen porque les haya surgido un contratiempo, o que les pidan regresar más tarde de esa hora para hacerlo en compañía de sus amigos. Para estos padres, “no es no” en cualquier circunstancia y, todo lo que no sea acatar sus normas, implicará muy probablemente un castigo físico o verbal.
  • Con ese esquema tan inflexible, los padres buscan (a veces, de forma inconsciente) tener el máximo control sobre el comportamiento de sus hijos, ya que esto les proporciona una sensación de tranquilidad y seguridad. Ahora bien, este hipercontrol que ejercen sobre ellos, se traduce en una presión y unas exigencias que, a menudo, son desorbitadas.
  • Cuando dictan sus reglas, no lo hacen acompañándolas de explicaciones razonadas para que sus hijos puedan comprenderlas. Al contrario, para reforzarlas se ayudan de afirmaciones de poder como: “Porque lo digo yo y eso es lo que hay”, “Cuando seas padre comerás huevo”, “Esto es así y no hay vuelta de hoja”, etc. Lo importante para los padres con estilo autoritario es que sus hijos obedezcan sus órdenes, aunque no las comprendan ni las acepten.
  • El clima familiar que se crea no favorece una expresión saludable de la afectividad. De hecho, es muy habitual que el lenguaje que se utilice sea predominantemente negativo, con expresiones que demuestran que la crítica va dirigida a la persona y no a su comportamiento: “Eres un irresponsable”, “No se puede confiar en ti”, “Siempre estás metiendo la pata” … Se puede decir, por tanto, que la afectividad y el refuerzo de la conducta positiva, brillan por su ausencia.
  • La comunicación entre padres e hijos es escasa y unidireccional: los padres siempre son los que dictan las normas y sus hijos deben obedecerlas sin rechistar. El diálogo entre ellos se puede decir que es casi inexistente, con la consiguiente falta de confianza entre ellos que eso genera.
  • Los padres autoritarios, en general, no saben autorregularse emocionalmente, así que dejan que sus emociones desagradables (enfado, miedo, ira, etc.) les arrasen, sin modular su expresión ni contemplar los efectos negativos que puedan tener sobre sus hijos. Por eso, es muy habitual que utilicen con ellos ese lenguaje de crítica y menosprecio propios de los momentos de enfado y molestia.
  • Escasa o nula flexibilidad y adaptabilidad a los cambios, debido a esa rigidez y a su inseguridad: viven los cambios de forma un tanto dramática.
  • Poca creatividad para buscar soluciones a las dificultades que encuentran: de cada obstáculo que se encuentran hacen un mundo, con el consiguiente malestar emocional que eso les genera.
  • Baja autoestima y confianza en sí mismos: no se sienten queridos ni aceptados, y su autoconcepto suele ser muy negativo.
  • Curiosidad y carácter aventurero muy reducidos para explorar distintas opciones en busca de su propia identidad: no dedican apenas tiempo a autoconocerse.
  • Su satisfacción vital es muy pobre: si no se sienten valiosos ni queridos, ¿cómo van a sentirse satisfechos con sus vidas?
  • Gran sentimiento de culpabilidad por no cumplir las expectativas de sus padres y de los demás: sienten que no llegan a todo, y eso les agota emocionalmente.
  • Baja autonomía y alta dependencia emocional: aprenden a obedecer pero no a tomar decisiones por sí mismos. Esto les hace sentirse muy inseguros cuando tienen que guiar su comportamiento a través de decisiones propias, llegando incluso al bloqueo, al creerse incapaces de manejarse por sí solos.
  • Conductas que van de la pasividad, actuando de forma sumisa y buscando la aprobación de los demás y de sí mismos, a la agresividad, mostrándose dominantes y dando la sensación de que van a comerse el mundo. Este comportamiento dificulta que creen relaciones igualitarias con los demás, de manera que sus habilidades sociales se ven resentidas.
  • Agresividad manifiesta: han aprendido que el mundo es una jungla en la que hay que sobrevivir, así que viven bajo la ley del más “fuerte”, adoptando ese papel para protegerse.
  • Merman los sentimientos positivos hacia sus padres por el hipercontrol y la falta de afectividad con los que han crecido: llegan a sentir incluso rencor y resentimiento hacia ellos y a la vez hacia sí mismos por tener estos sentimientos.
  • Conductas dóciles y conformistas orientadas a la evitación de castigos: no se cuestionan si creen o no en las normas que se les imponen, simplemente las adoptan sin interiorizarlas.
  • Impulsividad: su autocontrol emocional es muy escaso ya que, si sus padres no saben gestionar sus emociones, ¿cómo van a aprender de ellos?
  • Los padres permisivos no suelen marcar límites, normas o pautas para que sus hijos las sigan. Además, los pocos que establecen se suelen incumplir sin consecuencias negativas, ya que evitan por todos los medios tener que afirmar su autoridad. No ejercen ningún tipo de control y podría decirse que su código educativo es el “todo vale”.
  • Muestran pasividad e incluso indiferencia ante las conductas positivas y negativas de sus hijos, de forma que ni refuerzan las primeras, ni utilizan los castigos para corregir las segundas.
  • No muestran a sus hijos las consecuencias negativas de sus acciones, eliminando así la posibilidad de que se responsabilicen de ellas. Pongamos el caso de que su hijo de 15 años se ha retrasado para ir a comer a casa de una amiga porque se ha despertado muy tarde, haciéndola esperar a ella y a su familia más de una hora. Pues bien, un padre o madre permisivo/a lo excusará ante ellos diciendo que está muy cansado por los exámenes, pero no hará ver a su hijo que con su conducta no ha respetado el tiempo de esa familia. De esta manera, su hijo no asumirá su responsabilidad por lo que, muy probablemente, esta u otra situación similar se volverá a repetir.
  • Los padres permisivos educan a sus hijos con afecto y cariño, y se esfuerzan por mantener una comunicación fluida y bidireccional con ellos. Prefieren no realizar críticas ni a ellos ni a su comportamiento para evitar el posible daño que puedan hacerles.
  • Viven para responder y atender las necesidades y deseos de sus hijos, se muestran excesivamente flexibles y llegan a sacrificar sus vidas por ellos, actuando como auténticos “mártires” para que sus “retoños” sólo tengan que dedicarse a ser felices. Conductas como prepararles el desayuno, recoger su ropa sucia o limpiar su habitación hasta bien entrada la adolescencia, son muy comunes en este estilo educativo.
  • Practican la sobreprotección, a veces para compensar las carencias que ellos han tenido de pequeños. Con su conducta, crean una burbuja irreal en torno a sus hijos, cuyo objetivo es evitarles cualquier tipo de responsabilidad, sufrimiento, incomodidad o preocupación. Es habitual oírlos decir: “Pobrecito, ya le hago yo los deberes que termino antes”, o “No te preocupes si se te hace tarde, que yo me quedo despierto/a hasta que me llames para ir a recogerte y así no tienes que volver en transporte público”.
  • Baja autoestima y autoconcepto negativo: aunque se les ha criado con afecto, no tienen esa confianza en sí mismos que se adquiere al enfrentarse a las situaciones de la vida diaria.
  • Su identidad propia es débil y eso les hace sentirse inseguros.
  • Muestran una alta dependencia emocional: no saben valerse por sí solos, pero tampoco quieren aprender a hacerlo. Se comportan de forma tirana, exigiendo que se satisfagan sus deseos y necesidades, como se les ha acostumbrado desde pequeños.
  • Autorresponsabilidad casi ausente: como no se les ha enseñado a asumir la responsabilidad por sus acciones, consideran que las consecuencias de éstas se deben a factores externos, así que no encuentran motivos para modificar su conducta.
  • Baja autonomía: la burbuja de comodidad y ausencia de responsabilidades y obligaciones en la que han crecido les hace sentirse incapaces de conseguir las cosas por ellos mismos.
  • No valoran casi nada, ya que todo lo obtienen casi sin mover ni un dedo, y su tolerancia a la frustración es muy baja. Esto provoca que puedan entrar en una espiral poco saludable. Por ejemplo, desean una cosa – la consiguen – la desechan en cuanto se cansan de ella – desean otra cosa – la obtienen – vuelven a desecharla, etc. Por lo que viven en una constante sensación de insatisfacción.
  • Su capacidad de esfuerzo y su motivación para perseguir sus metas son casi nulas: si hasta ahora no se les ha negado nada, ¿por qué deberían trabajar para lograr lo que desean?
  • Son inestables emocionalmente: no han aprendido a autorregularse y pierden el control de sus emociones con facilidad, tanto hacia sí mismos como hacia los demás, por lo que responden impulsivamente y con agresividad cuando no se complacen sus deseos.
  • No muestran mucho respeto por las normas establecidas ni por las personas, ya que se han criado en ausencia de límites y de autorresponsabilidad.
  • Sus competencias sociales no están muy desarrolladas, entre otras cosas porque han crecido anteponiendo sus deseos y necesidades a todo y todos, y no aceptan que nadie les haga ver que están equivocados.
  • Los padres que adoptan esta forma de educar no imponen normas, no marcan límites ni ejercen ningún tipo de control sobre la conducta de sus hijos, ya que no consideran que esas tareas les competan. “Para educarles ya está la escuela”, o “la vida les irá enseñando lo que necesitan aprender”, son algunas de sus creencias.
  • Lo practican personas un tanto inmaduras, cuya estrategia en su labor como padres es la huida y/o la permisividad en vez de la confrontación. Su capacidad de esfuerzo y su motivación para con la educación de sus hijos, como podrás adivinar, son muy escasas.
  • En este estilo, la tendencia general de los padres a evitar el conflicto con sus hijos se alterna con su necesidad de demostrarles quién manda cuando no están conformes con su actitud. Ese refuerzo puntual de su autoridad les basta para autoconvencerse de que están llevando a cabo adecuadamente su tarea como padres.
  • El tiempo que los padres dedican a sus hijos es muy escaso en comparación con el que invierten en sí mismos, sea personal o profesionalmente. Son padres, por tanto, ausentes en las vidas de sus hijos, quienes suelen verlos bastante poco y compartir menos aún con ellos.
  • No hay una implicación afectiva de los padres en los asuntos de sus chicos, sino que más bien crean un clima afectivo de indiferencia hacia ellos.
  • La comunicación entre padres e hijos es muy escasa, reduciéndose casi a cuestiones de carácter práctico.
  • Una gran inseguridad e inestabilidad derivada de esa ausencia total de normas y límites: los chicos optan por hacer lo que les parece oportuno en cada momento y situación, ya que es lo que han aprendido como respuesta a la total pasividad e indiferencia de sus padres.
  • Una falta de autocontrol emocional que se manifiesta en conductas altamente impulsivas, rebeldes y agresivas.
  • La poca capacidad de esfuerzo y motivación que sus padres demuestran en su educación es la misma que los menores presentan cuando se marcan sus propias metas: no son constantes en el camino y al menor obstáculo que aparece, tiran la toalla y dejan de luchar por alcanzarlas.
  • De padres emocionalmente inmaduros crecen hijos que también lo son: éstos adoptan las estrategias de huida y evitación que han aprendido por imitación ante las dificultades que les surgen o las responsabilidades que deben asumir.
  • Sus competencias sociales son escasas, no han aprendido a relacionarse de forma saludable y suelen ser chicos solitarios, con una gran tendencia a aislarse.
  • La ausencia de una afectividad saludable en su desarrollo se traduce en una autoestima muy baja y una gran necesidad de afecto.
  • El establecimiento de normas y límites existe y se adecúa a la edad de los hijos. Así, cuando éstos son pequeños, las normas deben ser pocas, explícitas, razonables y obligatorias. Sin embargo, cuando son adolescentes, las normas impuestas deben acompañarse de explicaciones que les permitan comprenderlas, y esto debe hacerse de tal manera que se sientan queridos y vean que sus opiniones son tenidas en cuenta, para que puedan interiorizarlas y aceptarlas con mayor convencimiento.
  • En el mismo clima afectuoso y dialogante, se establecen de forma clara los resultados de incumplir dichas normas, siendo consecuentes con ellas y manteniéndolos a pesar de las posibles presiones e insistencias por parte de los hijos para que las retiren. Esas consecuencias pueden implicar reprimendas o “castigos”, pero en ellas nunca se critica a la persona sino a la conducta: “Llegar tarde es una falta de respeto al tiempo ajeno”, “No sacar a pasear al perro es una actitud irresponsable”, etc.
  • Al igual que se muestran las consecuencias de las conductas negativas, se promueven y refuerzan las conductas positivas: “Estoy orgulloso/a de ti”, “Lo estás haciendo muy bien”… Tanto en este caso como en el anterior hay un uso consciente del lenguaje.
  • En este modelo de crianza, el cariño se demuestra abiertamente, enseñándoles que ser firme y marcar límites no está reñido con ser afectuoso.
  • Los padres con estilo democrático expresan y gestionan sus emociones de una forma saludable, motivando a sus hijos, con su ejemplo, a que hagan lo mismo. Por ejemplo, si están cansados al llegar del trabajo, o enfadados porque algo no está resultando como quieren, se esfuerzan por que sus emociones desagradables no influyan en el trato con sus hijos, dedicándoles el mismo tiempo y cariño que le dedicarían si no las sintieran.
  • La comunicación entre padres e hijos es muy fluida, se fomenta el diálogo y la participación activa de todos los miembros de la familia. Se enseña a comunicar de forma asertiva y respetuosa los pensamientos y opiniones propios, y se promueve la escucha activa.
  • Los padres muestran sensibilidad ante las necesidades de sus hijos, pero no se sacrifican para que éstos consigan todo lo que desean, ni les evitan todas las dificultades, sino que contribuyen a que asuman responsabilidades adecuadas a su edad y favorecen la toma de sus propias decisiones. Su tendencia es a cuidar, no a sobreproteger.
  • Seguridad en sí mismos y autoconfianza en sus habilidades y capacidades.
  • Autonomía moral y emocional: cuestionan las normas, tienen pensamiento crítico y reflexivo, son capaces de tomar sus propias decisiones sin dejarse influir por las opiniones de los demás, buscando así su propio bienestar.
  • Alta autoestima y un autoconcepto realista: les han educado en el afecto y saben amarse a sí mismos, lo que les permite amar a los demás.
  • Elevada capacidad de esfuerzo y automotivación para perseguir sus propios objetivos, siendo fieles y responsables con los compromisos personales que asumen.
  • Alta tolerancia a la frustración y aceptación de los errores como parte del aprendizaje.
  • Expresión y regulación saludable de sus emociones: saben ejercer el autocontrol y responder adecuadamente en vez de actuar de manera impulsiva y reactiva.
  • Toma de decisiones propias y responsabilidad y aceptación de las consecuencias de éstas.
  • Prefieren la cooperación antes que la competición, y muestran actitudes empáticas, respetuosas y solidarias, lo que les ayuda en sus relaciones sociales.


Como consecuencia, los niños que crecen bajo este estilo educativo muestran:
permisivo
En el lado opuesto, al estilo autoritario, se sitúa el ESTILO PERMISIVO O INDULGENTE, donde la permisividad y la sobreprotección son la tónica general.
Veamos cuáles son sus rasgos distintivos:

¿Qué consecuencias educativas observamos sobre los hijos en este caso?
Negligente
Abordemos ahora el ESTILO NEGLIGENTE de educar. Si te adelanto que podríamos apodarlo como el “no estilo educativo”, ¿verdad que es fácil asociarlo con una ausencia total de responsabilidades y deberes educacionales?
Estos son los rasgos por los que lo reconocerás fácilmente:

¿Cuáles son los resultados a nivel emocional en este caso?
democráctico
Y ya sólo nos queda analizar el ESTILO EDUCATIVO DEMOCRÁTICO, que se caracteriza porque en él se ejerce un control adecuado de la conducta de los hijos, en un clima afectivo y comunicativo saludable.
Los rasgos por los que lo identificarás son:

Como consecuencia, los chicos que crecen en familias democráticas muestran:
Ahora que ya conoces los distintos estilos, ¿con cuál de ellos te identificas? ¿Cuál te gustaría practicar con tus hijos? ¿En cuál crees que está presente la Educación Emocional?

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