Reflexiones como “Lo que piensen de mí no es asunto mío” (Wayne Dyer), “No permitas que el ruido de las opiniones de los demás ahoguen tu voz interior” (Steve Jobs) o “La opinión de los demás sobre ti, no tiene porque convertirse en tu realidad” (Les Brown), son música para nuestros patrones mentales. A todos nos gusta sentirnos seguros de nosotros mismos, pero ¿lo llevamos a la práctica? ¿Vivimos realmente en consecuencia con tales pensamientos? Aquí la cosa ya empieza a cambiar, ¿verdad?





La necesidad de aprobación empieza a desarrollarse en la infancia, en el establecimiento de vínculos afectivos con nuestra familia. Necesitamos sentir que pertenecemos al grupo, que nos aman, que desean estar con nosotros. Podemos decir que tal necesidad es imprescindible para poder sobrevivir en los primeros años de vida. Ahora bien, cuando llegamos a la edad adulta, que se amplían nuestras ansías de darle sentido a nuestra vida, debemos desprendernos del sentimiento de aprobación externa y empezar a poner atención en la aceptación de nosotros mismos, es ahí donde descubriremos nuestra esencia y por ende nuestras capacidades y habilidades emocionales para relacionarnos con los demás sin dependencias.
A todos nos gusta gustar, valga la redundancia, que nos halaguen, caer bien, etc. El dilema empieza cuando necesitamos de ello para sentirnos plenos. Cuando nuestro comportamiento y estado de ánimo varía en función de las opiniones o decisiones externas, ¡Houston, tenemos un problema!.
Sabremos que nuestra necesidad de aprobación se ha convertido en patológica cuando:
  1. Estando en desacuerdo con la opinión o acción de la otra persona, me callo y le muestro mi mejor cara, con el objetivo de que no se moleste conmigo.
  1. Es la opinión externa la que determina mi estado de ánimo. Me siento pletórico/a y feliz cuando recibo un halago, mientras que la tristeza y desesperanza se apodera de mí cuando lo que percibo es una crítica.
  1. No establezco límites saludables. No sé decir “no”, es decir, las necesidades del otro son más importantes que las mías propias.
  1. Me preocupo en exceso sobre la imagen que doy a los demás. La falta de seguridad en uno mismo hace que la prioridad sea cómo el otro me ve y no cómo yo me sienta.
  1. Trato de pasar desapercibido/a por el temor de recibir una crítica o ser rechazado/a, lo que me puede llevar a un aislamiento social.
Si te identificas con alguna de estas características, no te alertes, reconocer en ti un problema es el principio de la solución. Así que, con el objetivo de ayudarte en esta búsqueda de equilibrio y libertad emocional, te voy a mostrar algunas pautas que puedes empezar a trabajar:
  1. Aceptación. Tú eres tan importante como los demás. Nadie te conoce más que tú a ti mismo/a. Vivir de acuerdo a tus valores te hará sentir paz interior. Ser diferente no significa que seas mejor o peor.
  1. La actitud con la que enfrentes el malestar determinará tu estado de ánimo. Si bien no puedes cambiar la percepción que otra persona tenga de ti, sí puedes cambiar la manera en que te muestras ante tal situación.
  1. Toma tus propias decisiones. Si dudas de las mismas puedes ayudarte a través de la formulación de preguntas como: ¿en base a qué estoy tomando esta decisión? ¿lo hago por mí o por los demás? ¿me siento bien con la misma o noto que voy en contra de mi voluntad?
  1. Refuerza tu autoestima. Tienes que ser tu prioridad. No se trata de un problema de ego, se trata de dar importancia a la valoración que haces de ti mismo/a. Si tú no estás bien contigo, no lo podrás estar con los demás. Cuando pensamos que somos personas valiosas restamos poder a la desaprobación.
  1. Comprende que no puedes gustar a todo el mundo. Cada ser humano es único, con sus gustos y preferencias, pretender agradar a todos no hará más aumentar el sentimiento de frustración en ti.
  1. Que exista una desavenencia en cuanto a tus ideas o comportamientos no implica que te rechacen como persona. Acepta el error como una posibilidad de cambio, éste no te define.
¿Dispuesto/a a intentarlo?